Esperé tus llamadas a media noche.
Esperé a que te dieras cuenta de cómo te miraba.
Esperé a que te dieras cuenta de la sonrisa de niña-tonta-enamorada que me sale sin querer.
Esperé a que descifraras la mitad omitida de mis frases a medias.
Esperé a que dieras tú el segundo paso. Y el tercero.
Te esperé, hasta agotar las existencias de la paciencia que llevaba encima.
Esperé.
Te juro que esperé.
Y nunca llegaste.
Y puede que aún conserve las ganas.
Pero ya no espero nada.